El Maracaná tiene esa mística adversa para la Canarinha. Indudable, por más que unos quieran negar un hecho mágico más que real, que en ese estadio la suerte esquiva a los brasileños.
Otra vez, otra final, otra derrota. Tite desafió la suerte, intentó cambiarla, pero dejó a Everton para la afrenta y jugó 45 minutos en desventaja.
Para mal mayor, al del Flamengo le tocó la banda de Messi y Di María, la sorpresa de Scaloni que dejó el mejor dividendo pensado.
Renan Lodi tendría una noche para el olvido, y en un pase largo de Lo Celso al espacio, el del Atlético de Madrid falló dejando al fideo solo frente a Ederson. Un toque sutil por arriba y a la banda a celebrar porque para el VAR la posición dudosa del jugador del PSG no debía mirarse por un roce de Lodi y una mala interpretación del reglamento.
Ostojich se puso una vara bien alta con la amarilla a Fred apenas comenzar el encuentro, y a esa altura pasaba de todo en la cancha con una complicidad miope que hacía preguntar por Gil Manzano, el árbitro español que tan sobriamente pitó en esta copa.
Lo del uruguayo, luego del nefasto arbitraje en el Perú versus Paraguay en cuartos de final, dejó dudas de merecer una final. No tuvo criterio para dejar que los jugadores fueran protagonistas y con su anuencia pasaba de todo: el pantalón destrozado a Neymar, la media a Paquetá y entradas más dignas de la tauromaquia que del fútbol.
El partido perdió brillo. Brasil intentaba en la segunda mitad. Neymar no encontraba profundidad, aunque sí espacios. Al astro brasileño una vez le sobraba un regate y la otra una entrada del rival.
Cuando llegó con peligro se encontró con el ángel de Argentina, Emiliano Martínez, quien dejará de ser portero para convertirse en santo. El del Aston Villa sacó un gol cantado a Richarlison y otro a Gabigol que valían el título, y se sentaba en la sacrosanta mesa del dios Maradona con la venia del Pelusa para engrosar su santoral. Desde mañana los porteros en Argentina llevarán estampitas con su imagen como resguardo.
Tite no dejó de intentarlo con más determinación que fútbol. La verdeamarilla terminó volcada al ataque con cinco delanteros y asustando en cada pelota parada, pero el orden argentino no se quebró.
Incluso hubo oportunidad para rematar con tanto espacio detrás de la última línea brasileña, pero en una Messi decidió mal y en otra se desmoronó inexplicablemente frente a Ederson cuando todos cantaban el segundo que no llegó.
Brasil tenía el 60 por ciento del control del balón, más del doble de disparos que el rival, mientras Argentina rechazaba jugar. Bien sabe Scaloni que las finales no se juegan, se ganan, y eso fue lo que hizo.
Pasaron 28 años para que la albiceleste levantara un trofeo, pero el pedigrí y la casta siempre estuvieron ahí. Finalmente Messi levantó un trofeo. ¡Qué equivocado estaba cuando en un impulso, por suerte pasajero, decidió dar un paso al lado con su selección! No fue su mejor partido, pero eso no cuenta en el palmarés. Su deuda está saldada. Argentina es Campeón de la Copa América.
