En conversación familiar motivada por los amagos, las veleidades y los peligros de Elsa, se elogiaba a la meteoróloga Aylín Caridad Jústiz Águila. Lo que ha visto de su desempeño quien esto escribe, merece justa alabanza, y complace ver que se le reconoce, como se hizo en una publicación de Facebook.
Pero al pie de esa publicación no faltaron comentarios hechos por personas que ostensiblemente se creen simpáticas e ingeniosas —cabe inferirlo de sus palabras y sus tonos—, y arremetían contra la profesional: le echaban en cara que hubiera calificado a la tal Elsa como una “tormenta atormentada”.
Eso, que pudo haber sido un desliz de la improvisación, no se lo oyó el autor de esta nota, pero sí su hija Claudia, quien apreció que lo había hecho claramente como una manera intencional y explícita, jocosa, de referirse a un fenómeno hidro-meteorológico que, para decirlo con una expresión popular, no sabía “si peinarse o hacerse los papelillos”.
Claro que pudo haber sido un desliz cometido en la improvisación. No es lo mismo, sino mucho más difícil, la expresión improvisada que la escrita, y en ninguna se está libre de cometer errores.
Lo irritante eran la sorna y el desdén con que se intentaba devaluar a quien era objeto de bien ganado elogio por su trabajo y sus virtudes. No se descarte que las mismas personas que procuraron burlarse de ella —con lo que probablemente solo se desacreditaban a sí mismas— fueran de las que cometen la mar de errores de todo tipo al expresarse, y hablan de “conciertos ‘plagados’ de grandes músicos” o “competencias deportivas ‘plagadas’ de atletas estelares”, o repiten que un virus determinado “tiene tremenda virulencia”.
Muchos errores se cometen en nuestros medios, como en otros, y es un deber apremiante contribuir a que se erradiquen. Pero cosa muy distinta es el escarnio agresivo cultivado por quienes no parecen capaces de reconocer virtudes ajenas, sino que sienten escozor si se les reconoce, y se agarran de la menor viruta para desconocer la calidad de la ebanistería hecha por otras, la que acaso ni de lejos son ellas capaces de hacer, o intentar siquiera.
Eso es tan abominable como la irresponsabilidad en el cumplimiento de los deberes profesionales, que merece mayor reprobación si viene de la desidia y la autocomplacencia que cuando es fruto del desconocimiento, el que tampoco es justificación válida para la resignación acomodaticia.
En cuanto a la meteoróloga ya nombrada, lo más justo no será empezar a valorarla como el posible relevo de nadie. Cada quien tiene el lugar que tiene, tanto más respetable si se lo ha ganado con esfuerzo y talento propios. Esa profesional —carismática, y cuyo semblante sugiere un origen popular que daría mayor grandeza a su desarrollo— merece que se le valore por sus logros, que ya tiene.
Aquí ni siquiera se ha dicho que es joven, no porque no lo sea, sino porque el calificativo suele ocultar una desagradable mezcla de paternalismo y subvaloraciones, y hasta de esterilizante conformismo. ¡Adelante usted, Aylin Caridad Jústiz Águila!