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Sarna en tiempos de COVID-19

LA HABANA, Cuba.- No sé si mis lectores, si es que los tuviera, me extrañaron. No sé si notaron esa ausencia que ya suma unos cuantos días; si así fuera les cuento que la culpa es de la izquierda, que la tengo enferma. Tengo la izquierda quebrantada; el brazo, el antebrazo y la mano que le sigue; todo en esa siniestra, y juro que ando a puro grito, en continua queja, y eso mortifica y me obliga a rascar, y me hago daño. Tengo el brazo izquierdo en carne viva, o quizá ya en carne muerta.

Desde hace días no consigo algo que vaya mucho más allá de la queja, de la angustia, de la picazón que desespera. Les cuento, y no para que me compadezcan, que estoy sufriendo por eso que la literatura médica llama “escabiosis”, mientras el resto de los mortales la nombramos sarna. Y peor resulta que no pude encontrar la Permetrina en las farmacias y tampoco en los hospitales, ni siquiera en los centros espirituales, que allí también buscamos los cubanos cuando la cosa se pone fea.

Ya no “llevo cuenta” de todos los remedios que hasta hoy hice. Estoy harto de bañarme con agua muy caliente en la que antes herví hojas de guayaba, con un agua tan caliente como aquella que, en mi infancia, miré hirviendo para luego pelar al puerco muerto de una puñalada. Y mis chillidos me recuerdan también a ese animal que luego va muriendo, desangrado. Ya acabé con el vinagre que dicen que “refresca”, que alivia la picazón, y que me hace oler a ensalada por un rato.

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Estoy harto de lavar sábanas y ropas cada día. Estoy cansado de ver como la tela endeble de las sábanas comienza a recordarme a las finas capas de una cebolla; y se deshace mi piel, se rompe, y quedan huellas que luego serán surcos, que serán huellas de mi sarna. Estoy harto de ver la piel que parece deshacerse entre las uñas, ya estoy cansado de rascarme y rascarme hasta que la sangre salte, y quedan huellas horribles en el brazo, espantosas.

Ya acabé con el vinagre que tenía en la despensa para aderezar algunos platos, ya estoy cansado de rascarme y rascarme tanto, y la sangre salta. Ya no consigo dormir, y en mis desvelos profiero maldiciones al país que se supone potencia médica. Ya no sé qué hacer sin que se me salgan las peores blasfemias, insultos que había olvidado hace ya tiempo. Y es que la sarna resulta aterradora, sobre todo si los medicamentos que la curan no aparecen, ni siquiera en los centros espirituales.

Estoy cansado, y triste, y quejumbroso, y sin que aparezca un remedio para mis males, un tubito de Permetrina. Sueño con una cura que acabe con los ácaros, con la rasquiña, con el desequilibrio que me provocan. No quiero esa “comezón”, esa “comedera”, quiero la comelata que repleta el estómago, que trae paz al alma, al espíritu tragón que nos acosa. Quiero no rascar mi piel enferma, y un tratamiento que me salve, que me permita ocuparme de las cosas que son más importantes.

Y resulta más importante que curar mi sarna. Estoy harto de usar vinagre, de suponer que me convertí en una carne adobada que en breve será puesta al fuego y cocinada, que me invadirán las llamas que salen del fogón para reducirme a carne macerada, a carne cocinada a fuego lento, para ir luego a la boca de glotones, de cubanos hambrientos. Tengo la izquierda enferma, y hasta adobada, y es horrible, es tristísimo, angustioso, y desequilibra saberse enfermo de una cosa que lleva tanto tiempo en este mundo sin que yo pueda conseguir un paliativo, con tantos remedios que se consiguen en cualquier parte que no sea esta isla.

Nada me calma, todo me asusta; y rasco, y rasco mi piel adobada con vinagre, mi piel, hervida casi con agua muy caliente, sofocada mi piel enferma, y lo que resulta peor, sin Permetrina. Y esperando estoy un paquetico que mandaron desde Miami con el bendito medicamento, pero es tan lento el “correo” que no sé si llegará antes de que consiga hacer girones la piel de mi brazo izquierdo, roja ya de tanta uña, dañada por tanta agua caliente.

Es horrible, y hasta da risa, que un país que no consigue curar la sarna se vanaglorie de curar y prevenir la COVID-19, que alardee de tener vacunas que curan y salvan a los suyos, y todas con nombres rimbombantes. Yo tengo ya la primera dosis de Abdala y otros tienen Soberana y otros Mambisa, nombres que solo se dan en un país enfermo, un país donde no hay aspirinas y medicamentos para la presión, una tierra en la que no se consigue sexuar tranquilamente porque no hay condones, donde no hay ansiolíticos, un país en el que los pacientes psiquiátricos están en crisis, mucho más allá del simple y almodovariano ataque de nervios.

Cuba es un país triste y muy enfermo, en estado grave. Cuba es un país al que aplican burdos sinapismos para mantenerlo en pie, y donde el dolor de cabeza podría ser crónico, eterno. Cuba es un país enfermo en el que muere gente por falta de medicamentos. Yo mismo sostuve la mano de mi madre mientras moría, y moría porque dejó de tomar los remedios que mantenían latiendo su corazón. Y quizá en ese mismo instante en que moría algún jefazo arengaba sobre las bondades de una isla saludable.

Y el bicho chino les vino como anillo al dedo. El bicho chino les permitió regar más médicos por el mundo, negociar con ellos. El coronavirus puso a los científicos a trabajar, y aparecieron los componentes para Abdala y para Mambisa, pero no los que sirven para hacer esa cremita que se llama Permetrina y que alivia la sarna, que la cura a veces. Yo mismo ya tengo la primera dosis de Abdala y sufro desesperadamente por la sarna que no quiere abandonarme.

Si llega a su fin el bicho que hace zanjas en mi piel para poner sus huevos, será gracias a la solidaridad de los amigos, como ese joven médico al que no nombro para no perjudicarlo, y que hizo todo lo que pudo. Si llego a sofocar al bichito que hace cavernas en mi piel será gracias a la bondad de amigos en el exilio, quienes quizá saben lo que pica ese bicho y lo que cuesta curarlo en esta isla, pero no llegan todavía, y yo sigo aquí, rascando, rascando, rascando, sangrando…

Cuba, como siempre, con planes, con campañas laudatorias que hablan del quehacer de los médicos y de su entrega “altruista”. Cuba exportando médicos y ofreciendo vacunas, pero no es capaz de curar una escabiosis, ni siquiera un catarrito, una diarrea, ni siquiera garantiza el tratamiento a pacientes con enfermedades crónicas y letales. Cuba negociara ahora con sus vacunas, y si tuviera compradores, como parece que tendrá, le entrara dinero a las arcas del poder, ese poder que no padece jamás una escabiosis.

Cuba hace política con sus vacunas; con Abdala, con Soberana, con Mambisa, pero no consigue la mejor alimentación de su población. Cuba tiene tres vacunas pero el arroz en el mercado negro alcanza las mayores cifras de la historia y las salchichas tienen precio de caviar. Cuba politiza con sus vacunas desde el nombre, las acerca a Martí, a una extranjera agresión y a la honrosa defensa del país. Cuba refiere otra vez a los mambises, pero sus hijos se siguen largando a otras geografías. Yo mismo no sé qué voy a cocinar hoy, pero ya me pusieron la primera dosis de Abdala.

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