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Organización de Cooperación de Shanghái: 20 años de multilateralismo

Organización de Cooperación de Shanghái. Foto: Sputnik.

En 1991, nuevos Estados independientes resultaron de la desintegración de la URSS. A partir de ese momento la idea de la cooperación y propensión a la integración estuvo muy presente en los debates, por una parte como mecanismos de apoyo para encausar aquellas sociedades, y debido a los grandes desafíos regionales (degradación medioambiental, migraciones, narcotráfico, terrorismo, etc.), así como vía para aprovechar oportunidades comerciales y superar el aislamiento y alejamiento de los mares abiertos, en el caso centroasiático particularmente.

Ello permite identificar la desigual relación que se estableció desde el primer momento entre la naturaleza precaria y sumamente vulnerable de los sistemas políticos centroasiáticos para enfrentar tales retos, y la importancia geopolítica de la región (según Halford John Mackinder Heartland o Corazón de la Tierra), como centro de rivalidad entre grandes polos de poder, lo cual ha condicionado el curso de los acontecimientos, sobre todo en los primeros años de vida independiente.

En ese contexto se han ido desarrollando toda una serie de relaciones de interdependencia en el entorno regional. El nacimiento del Quinteto de Shanghái en 1996 (integrado por China, Kazajstán, Kirguistán, Rusia, y Tayikistán) estuvo ligado a este escenario y sentó un importante precedente, luego de una época de colapsos y transiciones que trastocaron una vez más las experiencias civilizatorias de aquellos pueblos, y en general la lógica geopolítica regional.

En junio de 2001, se efectuó la cumbre anual de presidentes de dicho Grupo, en la cual tuvo lugar el ingreso especial de Uzbekistán. En ese marco fue proclamada la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), y quedó inaugurada una nueva etapa en las dinámicas regionales. En lo adelante, la OCS se ampliaría y cosecharía grandes éxitos en la administración de intereses comunes y ampliación de los contactos a todas las esferas de la sociedad.

En esa Cumbre, la Convención de Shanghái contra el Terrorismo, el Separatismo y el Extremismo –conjuntamente referidos como los “Tres Males”– se erigió en uno de los documentos rectores de la organización y expresión del compromiso de los Estados miembros con la seguridad regional. Además, como forma de validar el estatus de potencias regionales y conceder una mayor relevancia a la OCS, China y Rusia determinaron darle a esta un mayor perfil en el enfrentamiento a los fenómenos del terrorismo, el separatismo y el extremismo.

La OCS también estableció, como objetivos cardinales de su existencia, la promoción de la cooperación política, comercial, económica, científico-técnica, cultural, educativa, energética, medioambiental, turística y en el área de las comunicaciones y el transporte; el fortalecimiento de la confianza mutua y las relaciones de buena vecindad entre los Estados miembros; el mantenimiento y aseguramiento de la paz, seguridad y estabilidad regional, a través de los esfuerzos conjuntos, en aras de establecer un orden internacional justo, democrático y racional, tanto en lo económico como en lo político.

El “espíritu de Shanghái”, por su parte, fue erigido como el conjunto de normas de estricto cumplimiento para los Estados miembros en sus relaciones entre sí, y quedó plasmado en los documentos rectores de la organización como base de su proyección internacional. Estas normas incluyen los principios de no alineamiento, no hostilidad hacia otros Estados o grupos de Estados, transparencia y apertura política, en consonancia con los principios rectores de la política exterior china.

Este carácter quedó reforzado en los documentos rectores de la organización, concretamente la Convención de Shanghái para el combate al Terrorismo, el Extremismo y el Separatismo, donde se plantea que las Partes están guiadas por los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas concernientes al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, y la promoción de las relaciones amistosas entre Estados.

La Carta de la OCS, aprobada en 2002, nuevamente insistió en los asuntos de seguridad reiterando que las Partes desean contribuir conjuntamente al fortalecimiento de la paz, el aseguramiento de la seguridad y la estabilidad regional, con el interés de desarrollar la multipolaridad política y la globalización económica (Fabelo, 2017).

El ingreso de cualquier Estado a la OCS implica, por tanto, la conformidad con los propósitos de la citada Convención. Ello es otra forma de garantizar el apoyo mutuo y la colaboración multilateral en el enfrentamiento a los Tres Males, lo cual reviste particular importancia si se considera la heterogeneidad de intereses y de actores regionales en lo que concierne a los temas de seguridad.

El funcionamiento de la organización reforzó también la idea del compromiso con la toma de decisiones a través del consenso, en un plano de igualdad y respeto mutuo, sin asumirlas como obligaciones por los Estados miembros en tanto resulten perjudiciales para sus intereses nacionales, de manera que permite a los Estados tomar parte en la creación de esquemas regionales de cooperación y seguridad en un plano de igualdad respecto de las grandes potencias participantes en la organización (Fabelo, 2017).

Así fue creado, en 2004, el Comité Ejecutivo de la Estructura Antiterrorista Regional (RATS), con sede en Tashkent. Tal acto había sido resultado de las decisiones tomadas en la IV Cumbre de Jefes de Estado de la OCS, celebrada en mayo de ese año.

El nuevo órgano estuvo dedicado a establecer relaciones de trabajo entre las instituciones de los países miembros en los asuntos concernientes a la lucha contra los “Tres Males”, además de asistir a los Estados en la preparación de ejercicios antiterroristas, operaciones de búsqueda y captura y otros procedimientos relacionados, siempre que los propios Estados así lo solicitasen.

Por iniciativa de China, la RATS manifestó desde un inicio la voluntad de adherirse a los principales tratados y convenios internacionales sobre el combate al terrorismo, así como de convertirse en el organismo a través del cual los Estados miembros de la OCS tramitaban sus intereses y prioridades de seguridad, no solo a escala regional, sino también con el resto del mundo.

En ese sentido puede decirse que varias iniciativas especiales puestas en marcha bajo los auspicios de Naciones Unidas y la OCS han contribuido considerablemente a mejorar la cooperación internacional en la lucha de los desafíos y las amenazas comunes a la seguridad.

Muy pronto la OCS comenzó a desplegar un conjunto de acciones que trascendieron su rol inicial y solidificaron su presencia e impacto en la dinámica regional. En este contexto, comenzó a hablarse de la OCS como un organismo seguridad económica, energética, alimentaria.

En muchos escenarios llegó a percibirse como un organismo de integración en cierta medida. Los cierto es que, los proyectos económicos reforzaron el carácter de la OCS como una organización de seguridad en el sentido más amplio, entendiendo el desarrollo económico como medio de prevención de la aparición de nuevas fuentes de desafíos y amenazas.

Comenzó así una etapa marcada por el desarrollo de políticas de cooperación económica, se firmaron acuerdos dirigidos al mejoramiento de índices de desarrollo humano en los Estados miembros, se implementaron acuerdos de cooperación intergubernamental en materia educacional, y también se creó el plan de acción para la puesta en marcha de un mecanismo financiero interestatal, que proyectara a la organización y disminuyera las dependencias externas a fuentes de financiamiento.

La OCS, además de contar con observadores (Afganistán, Belarus, Irán y Mongolia), socios para el diálogo (Azerbaiyán, Armenia, Cambodia, Nepal, Turquía y Sri Lanka), firmó acuerdos con la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), la Comunidad Económica Euroasiática (CEE), y la Organización de Naciones Unidas (ONU) (OCS, 2021).

Esta lógica de articulación con otros bloques multilaterales, no solo estuvo favorecida por la pertenencia de Rusia y China a una u otra organización, sino en lo fundamental por la efectividad demostrada por la OCS para solucionar los conflictos derivados de problemas relacionados a la seguridad, por la ampliación de su área geopolítica de influencia con la incorporación de nuevos Estados observadores y por las potencialidades económicas puestas en evidencia con el crecimiento económico de China durante la primera década del siglo XXI, el avance en infraestructura industrial relacionada con el sector de los energéticos por parte de las economías centroasiáticas, y la capacidad de Rusia de concentrar bajo su control las principales rutas de los hidrocarburos.

En realidad, esta dimensión económica no solo consolidó a la organización como un importante instrumento de seguridad regional y concertación euroasiática frente a las apetencias de otros actores externos por ganar espacio en el área, sino que propició el desarrollo de proyectos regionales que venían desplegándose al margen de la OCS y otros que pronto se gestarían en este marco y que lejos de rivalizar aprenderían sobre convivencia y coexistencia pacífica.

Para ello, se apoyarían en el entorno, historia y cultura compartida, o sea, toda una serie de puntos convergentes o vasos comunicantes que dotarían de mayor fuerza y coherencia a las alianzas estratégicas, los fundamentos integradores y las asociaciones, en el entendido de la importancia del diálogo cultural como medida de prevención a las amenazas de la seguridad. Sin dudas, este fue un elemento esencial en la consolidación de la tendencia euroasiática de integración y el despegue del dinamismo regional.

A la luz de 20 años, la OCS se ha convertido en importante referente en lo que a multilateralismo se refiere. Vale resaltar dos importantes sucesos entre los más trascendentales en los últimos 10 años. Uno de ellos fue en septiembre de 2013, cuando el presidente chino Xi Jinping realizó una gira que incluyó a Turkmenistán, Kirguistán, Kazajstán y Uzbekistán.

Como resultado de esta, Pekín elevó al rango de “asociación estratégica” sus relaciones bilaterales con Ashjabad y Bishkek, algo que ya había logrado con Kazajstán y Uzbekistán.

En ese contexto, la capital kirguisa acogió la XIII Cumbre de Jefes de Estado de la OCS, marco propicio donde China alcanzó un consenso entre sus socios centroasiáticos y Rusia en lo referente a la estrategia para la creación de lo que se dio en llamar Nueva Ruta de la Seda, devenido en el megaproyecto de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR).

Otro importante hito fue en 2017, durante la Cumbre celebrada en Astaná, los ingresos de India y Pakistán a la Organización como miembros de pleno derecho. La adhesión de estos Estados poderosos e influyentes en Asia meridional permitió que la OCS refuerce su capacidad y se amplíe su abanico de oportunidades en el combate a los retos actuales y emergentes.

De manera general, puede decirse que los derroteros descritos por la OCS han ido configurando y consolidando una tendencia euroasiática de cooperación apoyada en los principios del regionalismo abierto. 

Impulsada desde Rusia o desde China, a distintas velocidades, con objetivos muy particulares en cada caso y sobreponiéndose coyunturalmente a toda una serie de rivalidades que subyacen en la base de la alianza estratégica entre estas dos potencias; es posible considerar que en el período 2001-2021 han avanzado mecanismos de apoyo al fortalecimiento y el alcance de mayores niveles de concertación proyectados a partir de la OCS, materializados en las interrelaciones con la UEE y la IFR.

Haber avanzado en mecanismos como estos, donde el rol de Rusia y China son preponderantes, pero en el que participa activamente un amplio concierto de pueblos euroasiáticos, especialmente en igualdad de condiciones en el contexto de la OCS, ha servido a estos países para conjurar incertidumbres y encauzar sus problemáticas, en medio de un ambiente de respeto a la soberanía, las asimetrías y las otredades.

Esfuerzos de cooperación como la OCS dejan importantes lecciones para emprender el camino. La importancia de promover la confianza y empatía entre sus miembros es uno de los elementos fundamentales en ese sentido, como antesala esencial para la adecuación del bloque, ya no solo como un instrumento de seguridad eficiente, sino como alternativa de desarrollo, y un sujeto multilateral con poder para responder a buena parte de la multiplicidad de fenómenos presentes en un área de de interés y tan heterogénea como esta.

Si su origen fue como mecanismo de seguridad, pasó a entenderse la misma como proyecto de cooperación y asociación, mediador para acercamientos y disminuir la percepción de amenaza. Pero, sobre todo, es importante resaltar la base de este constructo a partir de un acercamiento esencial e inspirador: en función de la estabilidad regional, el acercamiento de dos países euroasiáticos, Rusia y China, a pesar de compartir una gama de intereses encontrados. Esa es la base sobre la cual se ha ido cimentando esta confianza y construyendo la paz.

Construir una comunidad de futuro compartido, como ha planteado China en el marco de la IFR está en coherencia con el espíritu de Shanghái, supone impulsar el desarrollo de un sistema de gobernanza internacional de los derechos humanos justo y promover esta causa mundial, así como la soberanía equitativa es el fundamento para lo cual el multilateralismo es un importante medio. Son de vital importancia la inclusividad y el aprendizaje mutuo.

Se trata de una paz sostenible y el desarrollo sustentable. Tales objetivos no están exentos de desafíos, así como tampoco se trata esta de una visión romántica de las relaciones regionales. Sin embargo, los países euroasiáticos han aprendido el arte de la convivencia y coexistencia pacífica, para lograr una relación ganar-ganar en una región de tanta competencia geopolítica.

La actual crisis por la que atraviesa el sistema internacional -agudizada por la pandemia del coronavirus- y la complejidad del resto de los problemas globales, evidencian que el mundo necesita de nuevos procesos dinamizadores integrados y la apuesta por el multilateralismo es cada vez más acuciante. Esto ha evidenciado la necesidad del fomento de la cooperación entre los Estados y la necesidad de la coordinación de las acciones en aras de hacer frente a retos comunes.

Veinte años de la OCS, promoviendo diálogo, construyendo relaciones y tendiendo puentes seguros la coinvierten, sin dudas, una escuela, referente obligado, en materia de multilateralismo.

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