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«Sobre Cuba digo lo que necesito decir»

Sumido en el enclaustramiento a causa de la pandemia de Covid-19, Leonardo Padura termina la primera versión de su decimocuarta novela, que será, según cuenta, la más policíaca de todas. Tendrá como protagonista a su personaje insigne, el investigador Mario Conde, y como uno de sus escenarios nada más y nada menos que al habanero barrio de San Isidro, tan mediático últimamente.

El escritor cubano vivo más difundido en el mundo, habita la casa que construyeron él y su esposa en Mantilla —lugar donde nació y al cual siempre regresa—, y se mueve en el automóvil que compró con el dinero de un premio literario hace veintiséis años. Pese a su notable éxito, asegura que lo agobian las mismas carencias y preocupaciones que a cualquier cubano y dice haber viajado hasta Guanajay, a más de 50 km de La Habana, en busca del yogurt que necesita para desayunar cada día.

Afirma obstinadamente no ser un hombre político, pero todo en él lo contradice. Su obra hurga en cuestiones de la realidad cubana con la pericia del periodista que fue en sus lejanos inicios de El Caimán Barbudo y Juventud Rebelde, y con la profundidad de un historiador.

Algunos lo acusan de ser cómplice del gobierno; otros, de disidente. Evidentemente esas clasificaciones se las endilgan de acuerdo a la posición de los lectores en el espectro político. Sin embargo, para la mayoría —cubanos y extranjeros— Leonardo Padura es un verdadero referente literario. Mientras, el escritor espera a que, cuando un día en la Isla las aguas tomen su nivel, su obra sea juzgada con justicia.

A pesar de ser el escritor vivo más premiado de Cuba, tiene muy pocos espacios en los medios. Incluso, hace poco fue censurado un documental que le hiciera la periodista cubana Nayaré Menoyo, con el que ganó el Premio Rey de España de televisión. ¿Considera que sigue viva en Cuba la mentalidad censuradora del Quinquenio Gris?

Aquel fue un período en el que desde el poder hacían desaparecer toda posibilidad de publicación y actuación. Incluso expulsaron a personas de sus trabajos. Hoy la situación social, económica, cultural, es completamente diferente y yo no tendría que hacer lo que alguno de los marginados del Quinquenio Gris, que debieron trabajar en una fábrica o en un taller de artesanía.

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Náyare Menoyo y Leonardo Padura. (Foto: EFE)

He podido seguir escribiendo y publicando mis libros fuera de Cuba, pues afortunadamente tengo desde hace veintiséis años una relación de trabajo con Tusquets Editores. También continúo publicando en la Isla. Hasta los dos títulos que faltan por salir aquí —La transparencia del tiempo y Como polvo en el viento— lo harán en algún momento.

El problema con mi trabajo está en la promoción, la difusión y el reconocimiento. Por ejemplo, puede ser que haga una presentación en una Feria del Libro y se oriente que no haya promoción; ha ocurrido que he ganado un premio internacional —recientemente la Medalla Carlos Fuentes, por mencionar alguno—, y no se dijo nada en los medios, cuando debería ser motivo de orgullo para la cultura nacional. La difusión del Premio Príncipe de Asturias que recibió Sotomayor y la del mío fueron completamente diferentes.

Eso responde a que hay determinadas personas, en determinados niveles de decisión cultural y político, que han decidido que mi nombre no se mencione, o se mencione lo menos posible, en los medios oficiales cubanos.

¿Por qué piensa que sucede eso? Usted no podría calificarse como un escritor de oposición.

Uno a veces tiene lo que se merece y creo que tengo lo que me merezco en ese sentido. Escribo lo que necesito escribir y sobre Cuba digo lo que necesito decir, creo que no puedo hacerlo de otra manera. Además de la necesidad estética, tengo una responsabilidad civil con respecto a lo que veo y entiendo de la realidad nuestra.

He hecho reflexiones que van desde análisis históricos de lo que ha sido Cuba, en una obra como La novela de mi vida, hasta recorridos por un proceso de perversión de la utopía igualitaria del siglo XX en El hombre que amaba a los perros. Hay personas que hubieran preferido que no escribiera nada de eso, o que lo hiciera diferente. Pero escribí lo que necesitaba.

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Padura recibe de manos del rey Felipe VI el premio Princesa de Asturias.

Desde hace años tengo muy claro algo que considero fundamental: mi independencia. Fui el primer escritor cubano en ser independiente, exactamente desde enero de 1996. En esa fecha se aprobó dicha condición para artistas y escritores. El 31 de diciembre del 95 yo había dejado mi trabajo en la UNEAC como jefe de redacción de La Gaceta y decidí acogerme a la nueva condición legal. Tal determinación responde a mi deseo de alcanzar la libertad que necesito y a la que no pienso renunciar por estar más o menos presente en los medios nacionales.

Estoy convencido de que en algún momento las aguas tomarán su nivel, lo que no se dijo de mí pues ya no se dijo, pero se dirán otras cosas. Me resulta muy satisfactorio saber que a pesar de ese silencio institucional, a través de mi obra y los reconocimientos que ha obtenido, la literatura cubana ha estado presente en medios internacionales importantes.

Acaba de hacer referencia a la libertad, y en múltiples ocasiones ha hablado de la importancia de que todos, pero en especial los creadores, puedan disfrutarla. En los últimos tiempos algunos de los reclamos más importantes sobre el respeto a ese derecho y a otros —humanos y constitucionales— han provenido precisamente de creadores. ¿Considera que desde la cultura y el arte podrían catalizarse los cambios que Cuba necesita en materia de derechos y democracia?

No sé si el arte y la cultura puedan catalizar esos cambios, pero creo que es la exigencia de algo que no tiene otra posibilidad de manifestación que no sea el reclamo de la necesaria libertad de expresión y de pensamiento para los creadores y para todos los ciudadanos. Ese es un derecho humano fundamental que está también reconocido por la Constitución de la República. Coartar cualquier ejercicio de la libertad expresiva y de pensamiento es contrario al espíritu de la ley en Cuba y afecta profundamente el desarrollo cultural del país.

Sucesos como el del 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura tuvieron como protagonistas a artistas e intelectuales y son casi inéditos en Cuba. ¿Qué opinión le merece este tipo de manifestaciones?

Creo que eso que ocurrió el 27 de noviembre es la muestra de una necesidad que existía y existe. Que después haya tenido posibles manipulaciones, lecturas diferentes, posiciones quizás fundamentalistas de una parte y de la otra, no resta al hecho de que sea un reclamo válido. Pedir libertad para realizar el trabajo creativo será siempre una exigencia justa.

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«Pedir libertad para realizar el trabajo creativo será siempre una exigencia justa». (Foto: Lucía López Coll)

Allí se habló de diálogo y finalmente comenzó, pero no dio los resultados que podía y se perdió con eso una oportunidad excelente para abrir espacios de debate y reflexión que tanto necesita cualquier sociedad y que en la cubana son fundamentales, pues se está tratando de redefinir muchas políticas que van desde la política misma hasta la economía. Las decisiones tienen que dejar de ser unilaterales y bajadas desde arriba, para pasar a ser colegiadas.

El intercambio y la confrontación de opiniones pueden ayudar a que esto ocurra de la mejor manera. Cuando hablo de intelectuales también me refiero a economistas, sociólogos, periodistas, que tienen opiniones necesitadas de espacios de debate genuinos, sin presiones de ningún tipo.

La sociedad cubana requiere una mirada más abierta y democrática en cuanto a la manera de trazar sus políticas. Se ha demostrado que muchas de las decisiones inconsultas que se toman desde las altas esferas del poder, después tienen que ser rectificadas porque vienen marcadas por imprecisiones, errores, falta de perspectiva de lo que ocurre en la realidad. Eso lo vivimos todos los cubanos, tanto un intelectual como un albañil.

Que en el mercado negro en los últimos tiempos el saco de cemento haya estado sobre los 30 USD, o que la libra de arroz cueste entre sesenta y ochenta pesos, afecta muchísimo la vida de cualquier ciudadano. No es solo que puedas escribir y publicar, imprimir o no un libro, estamos hablando incluso de componentes elementales de la vida cotidiana.

¿Considera que esos espacios de diálogo a los que se refería puedan tener cabida dentro de las estructuras institucionales cubanas tal cual son actualmente?

Asegurar si es o no posible resulta complejo, porque es una cuestión complicada y difícil. Debería existir la voluntad de diálogo como premisa para el diálogo mismo. Porque la clave está en que el proceso no sea solamente dar la palabra solo al que dice lo que desde el poder se quiere oír, sino también al que dice lo contrario. Los diálogos de este tipo no son conversaciones de amor, hay también confrontaciones. La opinión de todos debe ser escuchada, incluso si es desacertada, porque solo así puede llegarse al convencimiento o al consenso.

Después del 27 de noviembre se ha evidenciado un proceso contrario al que describe, la confrontación ha ido en escalada. ¿Qué lo hace no posicionarse públicamente?

Yo tengo una responsabilidad civil y muchas de estas manifestaciones tienen toda mi simpatía. En entrevistas he dicho lo que pienso. Pero más allá de eso, mis opiniones fundamentales las he plasmado a través de la literatura y también del periodismo, de las cosas que he escrito, o las que digo en las muchas entrevistas que concedo. Ahí he dejado muy claras mis miradas y mis posiciones con respecto a nuestra realidad. Eso podría ser suficiente, aunque tal vez no lo sea. Quizás debería ser más activo.

Pero habiendo escrito una novela como El hombre que amaba a los perros, Herejes o Como polvo en viento, o un guión de cine como Regreso a Ítaca, he dicho muchísimas cosas sobre estás problemáticas que se discuten en Cuba.

Nelson Mandela es su personaje histórico preferido y él fue esencialmente un político conciliador, dialogante. ¿Cree que Cuba necesita de alguien que, como Mandela, inicie un proceso de reconciliación nacional?

No lo sé realmente, hacer un análisis de ese tipo de cuestiones políticas me cuesta mucho trabajo dado que no soy un hombre político, no practico la política. Soy solamente un ciudadano, por tanto, la mía siempre será una opinión cuya trascendencia es limitada. No obstante, creo que la conciliación entre cubanos, los de dentro y los de fuera, es un elemento muy importante en la construcción de una Cuba posible, soñada, e incluso, necesaria. Cuba debe ser de todos los cubanos, independientemente del lugar geográfico en el que se encuentren, o del modo en que piensen, siempre y cuando ese pensamiento no sea lesivo de la dignidad humana.

La conciliación es siempre preferible a la confrontación. Pero no sé si ahora existirá esa persona con deseo conciliatorio, de convergencia, o si estará en condiciones de ponerlo en práctica. No lo sé, porque me cuesta mucho entender y explicar cómo funcionan los mecanismos interiores de las altas esferas de la política cubana.

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En agosto de 2019, Padura fue a brindar su apoyo a la campaña Lula Livre, en favor del expresidente brasileño (Foto: Ricardo Stuckert)

¿Qué elementos del proyecto de la Revolución considera que deberían a toda costa preservarse?

La Revolución redefinió completamente la sociedad cubana. A diferencia de otros países que han intentado revoluciones, en el caso nuestro existió una auténtica en tanto cambió todo de una manera profunda. En ese proceso ha habido cosas muy favorables.

La educación cubana —aunque no está viviendo su mejor momento— logró no solamente alfabetizar en los años sesenta a casi la totalidad de la población, sino que consiguió llevar a las universidades a cientos de miles de personas. Sin embargo, no olvido que eso estaba ocurriendo también en muchos países del mundo. Aquí no fue diferente y muchos nos beneficiamos de esa política.

Con la salud pública ocurre lo mismo. En las circunstancias actuales pudiéramos tener críticas respecto al manejo de la pandemia en estos últimos meses, pero en los primeros seis o siete fue acertado el modo como se manejó. El sistema de salud no ha colapsado pese a que está bastante deteriorado. Uno de los problemas más graves es la falta de medicamentos, incluso para enfermedades crónicas.

Si vamos al plano de la cultura hay cuestiones importantes que son salvables. Por ejemplo, las escuelas de arte que promovieron la creación y el desarrollo de capacidades.

También existió una industria del libro tremenda, que no se ha recuperado desde el Período Especial. Si se logró en algún momento que este fuera un país de lectores, esa realidad se está perdiendo, porque las posibilidades de acceder fácilmente a la literatura son escasas, aunque afortunadamente los medios digitales lo han propiciado en cierta medida. He sido beneficiado —no diría que perjudicado— ya que por vías alternativas —no diría que piratas— muchas personas aquí se han leído mi novela Como polvo en el viento. Eso demuestra que hay lectores, pero les cuesta trabajo llegar a las obras.

Hace un par de año fui a la shopping que está más cerca de mi casa a comprar una rueda de cigarros. Estando allí, me encuentro a una mujer de mi edad más o menos que me pregunta: «¿Tú eres Padura, verdad?». «Sí, sí, yo soy Padura», le respondí. Lo primero que pienso siempre que me hacen esa pregunta es que me reconocen como Padura, el escritor.

Entonces, ella se identifica: «Yo soy Fulana, estudié contigo en el preuniversitario». Primero no la ubiqué, pero después sí, aunque de la muchacha que recordaba no quedaba nada. La conocí con diecisiete años y ahora tenía sesenta y cinco. Me dijo que era médico y que se estaba jubilando.

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Leonardo Padura en su casa de Mantilla, en La Habana. (Foto: Yander Zamora)

Cuando terminó de contarme, me preguntó: «Padura, ¿qué ha sido de tu vida?». Me hizo esa pregunta y me quedé de piedra, porque era una profesional y no sabía ni siquiera que yo había sido periodista de Juventud Rebelde, por decirte lo que mayor difusión tuvo en Cuba de mi obra, la edición dominical del periódico era de medio millón de ejemplares y lo leía mucha gente. También he publicado en la Isla veinte libros, en algunas ocasiones he salido en la televisión. La cuestión es que esa mujer nunca se enteró de que yo existía, lo que se traduce en que ella, aun siendo una profesional, no es lectora.

Eso me dio la medida de hasta qué punto la enorme posibilidad ya materializada de convertir en lectores a muchos cubanos se estaba perdiendo o se había perdido. Me preocupa sobre todo en los más jóvenes. Costó años lograr la construcción de la maquinaria capaz de hacer accesible la literatura, pero fue muy breve el período en el que se deconstruyó.

La salud de ese sistema editorial no es directamente proporcional a la salud de la literatura cubana, aunque sí puede actuar como un elemento desmotivador. ¿Cuál sería su diagnóstico de nuestra literatura?

No tengo la suficiente información sobre qué está pasando con la literatura cubana contemporánea y creo que muy pocas personas la tengan como para establecer un panorama. En los años ochenta, cuando estaba en El Caimán Barbudo y después en Juventud Rebelde, tenía muy claro qué sucedía porque los libros estaban ahí. Sin embargo, actualmente puede que Ediciones Holguín publique una buena novela y yo nunca la lea, o Capiro saque un ensayo y no me llegue tampoco, porque son ediciones de ochocientos, mil ejemplares. Por tanto, cuesta trabajo tener un panorama que permita hablar del estado de salud de un proceso tan complejo.

Sé que hay jóvenes escribiendo, sé que hay propuestas nuevas y estilos que son muy iconoclastas respecto a lo que hicimos generaciones anteriores, pero la visibilidad no es la mejor.

A eso se suma el hecho de que en los últimos veinte años me he dedicado a investigar sobre temas que después trabajo en mis novelas. Cuando escribí La novela de mi vida me metí en el siglo XIX cubano, la historia de la masonería, las conspiraciones separatistas; escribí El hombre que amaba a los perros y tuve que entrar en la vida de Trotski y de Mercader, en la Revolución Rusa y en la Guerra Civil Española; escribí Herejes y me adentré en el judaísmo, en Rembrandt y su pintura; escribí La transparencia del tiempo donde trato lo referido a las vírgenes negras. En fin, he tenido una cantidad enorme de tiempo dedicado a la lectura de estos temas en detrimento del espacio para la lectura de la literatura cubana, aunque quizás también influya la falta de expectativas que ofrece lo que se está escribiendo o publicando en el país.

Otra cosa que me sucede es que cuando estoy escribiendo —y tengo la suerte de estar haciéndolo siempre, terminé hace un año Como polvo en el viento y ya concluí la primera versión completa de una nueva novela— debo leer a escritores que me ayuden en mi proceso creativo y por eso me he convertido en un relector. Releo lo que se ha escrito sobre el tema y el período que estoy tratando. Con esos autores aprendo siempre y descubro cómo resolver posibles episodios que intento contar mediante sus estrategias narrativas.

¿A quiénes vuelve siempre?

Por lo general, a los grandes. Vuelvo siempre al primer Vargas Llosa, alguien que me dice muchas cosas y me enseña lo más importante de una novela: cómo construirla. Regreso a Carpentier, a Guillermo Cabrera Infante por el uso del idioma. Vuelvo a Milan Kundera y siempre a los escritores norteamericanos que son grandes contadores de historias y entre los que he descubierto a autores tan valiosos como Paul Auster, Jonathan Friesen, Colson Whitehead, quienes han revitalizado la literatura norteamericana.

Por supuesto, siempre regreso a los clásicos: Hemingway, Salinger. Ahora estoy escribiendo una novela policíaca…

¿La que mencionó anteriormente?

Esa, será la más policíaca de mis novelas y para escribirla volví a leer a Raymond Chandler porque hay que buscar el aliento que dan los grandes.

¿Vuelve Mario Conde en la nueva novela?

Vuelve, sí. En Como polvo en el viento el personaje no aparece, pero en esta es el protagonista de la trama que se desarrolla en el presente y cronista de la historia que sucede cerca del año 1910 en torno a la figura de Alberto Yarini y Ponce de León.

¡Oh, asiduo del barrio de San Isidro, por más señas!

El gallo de San Isidro (risas).

A propósito de Mario Conde, el personaje ha sido criticado porque dicen que con él lava el rostro a la Seguridad del Estado cubana.

No quiero establecer controversias al respecto, pero debo decir que lo mismo he sido considerado contrarrevolucionario por unos, que agente o vocero de la Seguridad del Estado por otros. Eso depende de los juicios y las perspectivas. Al respecto solo me molesta la manipulación de la realidad. Mario Conde es un policía investigador en cuatro novelas, en el resto se dedica a comprar y vender libros viejos, nunca ha sido agente de la Seguridad del Estado y creo que la visión que el personaje da de la realidad cubana es bastante polémica, conflictiva y suficientemente ajustada a la verdad.

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Jorge Perugorría interpretó a Mario Conde en «Cuatro estaciones en La Habana» (Foto: El País)

Hace tres años, cuando se publicó La transparencia del tiempo y ganó el Premio Internacional de Novela Histórica Barcino que otorga el Ayuntamiento de Barcelona, el jurado decía en la fundamentación que a través de la figura de Conde se había logrado retratar un panorama de la vida contemporánea en Cuba similar al que había logrado con Pepe Carvalho el español Manuel Vázquez Montalbán sobre el proceso hacía la democracia española.

Los juicios mayoritarios que he recibido por ese personaje y por mi literatura se encuentran en la lista de los más de cincuenta premios que he recibido, de los cuales el 80 % son internacionales entre los que están el Princesa de Asturias y la Medalla Carlos Fuentes. Por tanto, creo que sería muy difícil haber engañado a tantas personas durante tantos años. Pero siempre hay elementos vivenciales que pueden afectar y sobre todo, percepciones distintas de la práctica política.

Lo único bueno que tiene todo esto, es que evidentemente muchas de esas personas que emiten juicios desfavorables sobre mi obra e incluso sobre mi persona, son mis más fieles lectores. Se leen todo lo que escribo y digo.

Recientemente leí una crítica que decía algo así: «Fíjense si Padura es un farsante y que sus investigaciones históricas están manipuladas, que En el hombre que amaba a los perros nunca menciona que Ramón Mercader vivió en Cuba». Evidentemente esa persona no se leyó la novela y lanza esas mentiras con total desvergüenza, más que con irresponsabilidad.

La cuestión muchas veces está en que, cuando se logra cierto nivel de representatividad y visibilidad, muchos vendrán a encaramarse sobre tus hombros para hacerse notar. Yo sigo haciendo lo que creo que tengo que hacer: escribir. Soy fiel a determinados principios que he mantenido durante muchos años. Afortunadamente mis amigos continúan siendo mis amigos, aunque he perdido algunos en el camino.

­Me decía hace poco que la envidia sana es el defecto que más disculpa y la común es el defecto que más detesta. Sin embargo, envidiar es desgraciadamente humano, aun entre los más exitosos. ¿Qué envidia usted?

Muchísimas cosas. Envidio a Juan Rulfo por haber escrito en ciento setenta páginas una novela como Pedro Páramo. Envidio a mis amigos pintores, pues cuando estoy ante una obra de Fabelo, Montoto, Garaicoa, o muchos otros, pienso que no soy capaz de ver el mundo desde la perspectiva de ellos ni tengo su capacidad para reproducirlo. Envidio ferozmente a los que bailan bien la música cubana, ya que soy incapaz de mover con ritmo los pies. Envidio a los que juegan bien a la pelota, hubiera dado cualquier cosa por haber tenido el traje de los Industriales aunque fuera por una temporada y desde el banco.

Son envidias que se pueden confundir con la admiración, tanto que creo que es más admiración que envidia. Ver en otro lo que uno no es capaz de ser, es algo que no se revierte en contra del otro, al contrario, significa que reconozco sus capacidades, talentos y posibilidades.

A veces veo pasar por el barrio a alguien que conozco poco y mal, y luce tan tranquilo y sin demasiadas preocupaciones en la cabeza —más que conseguir el arroz y el pan y el azúcar y el pescado y la leche y todas esas mil cosas que son comunes para todos nosotros—, que me da envidia porque tengo esas mismas preocupaciones y otras más.

Han hablado de mis privilegios en Cuba, sin embargo, todo lo que tengo lo he conseguido con mi trabajo. Mi casa la construimos mi esposa Lucía y yo desde el primer ladrillo hasta el último; el carro lo compré con un premio literario, es el mismo de hace veintiséis años y en estos momentos se le está reparando el motor para poder seguir teniendo un automóvil, ya que en Cuba no es posible comprarse uno con los precios que tienen, porque no creo correcto pagar ochenta mil dólares por un carro viejo.

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Padura y su esposa, Lucía Lopez Coll. (Foto: Juan Manuel Foglia)

Hace poco se publicó una entrevista suya que tenía por título la frase «Temo pero me atrevo». ¿A qué teme?

He temido a muchas cosas. Cuando uno vive en un país en el que la sociedad está completamente controlada por el Estado, pues ese Estado todopoderoso con mucha facilidad puede marginarte, condenarte. Eso siempre provoca temor.

Cuando escribí La novela de mi vida estaba consciente de que en ella decía determinadas cosas sobre la realidad cubana que no se habían dicho nunca. Terminé y le dije a Lucía: «Con esta novela hay tres opciones: una es que la guarde en una gaveta o la meta en un disquete, otra es que cambie algunas cosas, y la tercera, que es mi opción, es apretar Enter y que salga ahora mismo para Barcelona y que los editores empiecen a trabajar». Ella me respondió que la decisión era completamente mía, pero yo temía por la repercusión que pudiera tener la novela. Sin embargo, le di a Enter, se publicó en España y en Cuba, donde ganó incluso el Premio de la Crítica.

El miedo es un sentimiento humano y tenerlo no es indigno de quien lo sufre. Lo indigno es provocarlo a otros.  

¿Cuánto han influido sus temores en lo que ha escrito y, sobre todo, en lo que no ha escrito?

He escrito sobre la realidad cubana todo lo que he necesitado decir. Cuando estoy escribiendo una novela, a veces tengo el gran miedo de no conseguir decir lo que busco del mejor modo. Ese es un miedo estético que siempre me acompaña.

Soy un escritor —y no creas que es burla— muy inseguro, y por eso escribo y hago versiones y más versiones. Lucía me lee una y otra vez, también algunos amigos me dan opiniones para tener la certeza de que voy llegando adonde quiero. Por suerte he tenido editores espectaculares como son los de Tusquets, que se leen los libros y hacen recomendaciones importantísimas, ninguna de las cuales tiene que ver con juicios políticos, sino con cuestiones literarias.

Como te dije, en mis libros he tratado todos los aspectos de nuestra realidad que he creído necesarios, no los he evadido por polémicos o candentes que sean.

Ya que habla de la realidad cubana, recientemente terminó el traspaso de poderes. Hay en Cuba, al menos oficialmente, una nueva dirigencia. No son pocos los que afirman que por la situación del país, el proceso puede estar viviendo si no sus últimos años, sí algunos de los más difíciles. ¿Qué pensaría si, como sucedió en la URSS, lo que conocemos por Revolución se desmantela?

Hacer cualquier predicción de futuro es uno de los ejercicios más locos a los que uno se pueda someter. En 1989 fui por primera vez a México y le pedí a un amigo que me llevara a la casa de Trotsky, en Coyoacán. Conocía muy poco de él porque aquí no había bibliografía disponible, pero quería ver el sitio donde lo habían asesinado. Ese lugar me provocó una conmoción y creo que allí empezó a escribirse El hombre que amaba a los perros. Veinte días después cayó el muro de Berlín. Mientras estaba en la casa de Coyoacán a casi nadie en el mundo se le habría ocurrido vaticinar que veinte días después iba a caer el muro.

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Una de sus novelas más famosas es «El hombre que amaba a los perros». (Foto: Héctor Garrido)

Con esto quiero decirte que los acontecimientos que puedan ocurrir en una sociedad son generalmente impredecibles, aun cuando haya niveles de control y tradiciones muy establecidas. Lo que pasó en el Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de este año fue algo que si te lo cuentan tú respondes: ¿Cómo va a pasar eso en Estados Unidos, aunque tenga un presidente loco? Y sin embargo, pasó.

Puede suceder de todo. La voluntad del Estado es la continuidad, pero pueden ocurrir muchas cosas. Sin embargo, creo que entre esas posibilidades la que sí necesariamente se tiene que producir es una revisión profunda de la estructura económica cubana, porque ha demostrado gran ineficiencia a lo largo de demasiado tiempo. Si se trata de resolver los mismos problemas con las mismas formas, pues los resultados serán también los mismos. Entonces, tiene que haber un cambio importante.

Pero no es solo eso lo que hay que priorizar. Hemos hablado también de la necesidad del diálogo para poder lograr acuerdos y clarificar cuestiones. Llegar a la verdad es un proceso difícil, largo y generalmente de éxito improbable, pero si se construye entre mucha gente diferente, el resultado siempre será mejor.

­Usted está en España ahora y a mí me gustaría saber cuál de sus desvelos insulares le gustaría encontrar resuelto cuando regrese.

En estos momentos tengo una gran preocupación con la pandemia en Cuba y el aumento de los casos y las muertes, aunque no llegamos a los niveles alarmantes de otros países. De todos modos, está enfermando y muriendo gente. Tampoco se sabe cuáles serán las consecuencias a largo plazo de haber padecido la Covid-19. Entonces pienso que lo primero sería tratar de resolver la crisis epidemiológica para que podamos volver a sentirnos seguros.

Todo lo demás lo hemos pasamos muchas veces. Por supuesto, desearía que no hubiera cola para comprar el pollo, por decir solo una cosa.

Mi sueño, que ojalá se cumpla alguna vez, es poder caminar hasta la esquina de mi casa y en la shopping, que está como a sesenta metros, poder llegar y comprar yogurt. Soy adicto a eso, lo necesito para desayunar en las mañanas. Entonces, mi sueño es que algún día se pueda comprar en Cuba yogurt sin sufrimiento. Durante estos meses de pandemia lo he buscado en Guanajay, en Bauta, he hecho colas de cuatro horas. Así que espero poder comprarlo alguna vez en la esquina, tranquilamente. ¿Pido demasiado o demasiado poco?

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