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La agricultura y el Ordenamiento: mucho más que rectificar

El sector agropecuario cubano nos tiene acostumbrados a sorpresas desde hace décadas. Fue, incluso en aquella supuesta época dorada antes de 1959 que muchos traen al presente en versión propia, un sector con poca capacidad para abastecer la «demanda efectiva» de alimentos, tampoco, lógicamente, la demanda en general y menos aún las «necesidades de sustentación alimentaria» de la población cubana, mayores siempre que la demanda y que la demanda efectiva.

Ha sido, luego del triunfo revolucionario, un sector «estratégico», aunque quizás en aquella primera etapa no se usara el término con la profusión de hoy. Fue objeto de una transformación estructural radical, la Reforma Agraria, que mas allá del asunto tierra —erradicó el latifundio privado sobre ella y creó la gran empresa estatal— se ocupó de una parte preterida de los habitantes de nuestros campos, los hizo visibles en su condición misma de seres humanos y a una parte importante la convirtió en propietaria de la que trabajaban.

Recibió, durante toda la época soviética de la Revolución Cubana, ingentes recursos, no solo materiales —que fueron cuantiosos, al extremo de convertir a Cuba en el país con más «caballos de fuerza» por hectárea de toda América Latina—, sino también en términos de recursos humanos calificados y centros de investigación.

La voluntad importadora en el paraíso

Centenares de caminos antes inexistentes, carreteras, represas y canales de riego fueron construidos, obras de infraestructura con impacto directo en el sector. Pocos países en América Latina tuvieron y tienen la dotación de centros de investigación en la esfera agropecuaria que posee Cuba, la cantidad de ingenieros afines al sector de este archipiélago, el número de Doctores en Ciencias Agropecuarias que hemos cultivado. Esto fue y es resultado de aquella reforma universitaria impulsada por Fidel para poner la Universidad al servicio del desarrollo.

Debería esperarse  que luego de esa profunda transformación, que creó más de ciento veinte mil propietarios privados y un mercado potencial inédito hasta ese momento, que garantizó insumos crecientes con una alta estabilidad y costos relativamente bajos —Cuba fue el país con mayor uso de fertilizantes por hectárea de América Latina—, el sector devolviera suficientes volúmenes de producción como para satisfacer y sobrepasar la demanda efectiva, la demanda y las necesidades de alimentos de la creciente población del archipiélago.

Pero no fue así, paradójicamente en los años que van hasta el nunca olvidado 1990, nos hicimos más dependientes de la importación de alimentos. La carne rusa sustituyó al tasajo y lo hizo desaparecer para luego desaparecer ella misma.

Los rendimientos de los fondos siempre estuvieron por debajo de lo que debían ser, los resultados obtenidos se alejaron cada vez más de las fronteras de eficiencia y productividad, el esfuerzo hecho en calificación y mejora del potencial humano, ciencia e innovación, no encontró un campo fértil donde fructificar.

Las cooperativas en el modelo cubano

Del noventa hacia acá la historia es otra. Fidel, en varios discursos, en especial el pronunciado en Cienfuegos en 1993, explicó pormenorizadamente el impacto de la desaparición de la URSS. Los millones de hectáreas de tierra abrazadas al marabú y aquellas otras sin cultivar, sintetizan ese impacto.

De entonces a la fecha se han puesto en práctica decenas de medidas en la agricultura cubana: desde las UBPC hasta la entrega de tierras en usufructo; desde el mercado agropecuario hasta los precios topados. Ninguna de ellas, ni todas en conjunto, permitieron cambiar de forma drástica la sensación de incertidumbre alimentaria, a pesar de significativos esfuerzos por lograrlo en todos estos años.

Hoy, la tormenta perfecta que componen el bloqueo norteamericano en modo Trump, la pandemia de la Covid-19, los viejos problemas estructurales del sector —que abarcan la asignación de recursos, las fallas en la producción, distribución y comercialización y la débil capacidad de proveer insumos desde las empresas del estado que monopolizan dicha actividad— y la obstinada insistencia en el mal manejo del mercado, competencia y precios; a la que se suman los efectos del Ordenamiento, evidencia con creces la impostergable necesidad de una transformación radical, telúrica, de la agricultura nacional.

Mirando más allá del Ordenamiento

El Ordenamiento Monetario, esa reforma estructural de la economía que ha tenido en la unificación de las tasas de cambio y en la unificación monetaria el motor pequeño, ha contribuido a develar lo urgente y estratégico de la producción de alimentos y del sector agropecuario para Cuba, algo ya reconocido formalmente en la Actualización de la Implementación de la Estrategia económico-social y en el Plan de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional.

No puedo decir que todos, pero sí una buena parte de los economistas que han escrito y estudiado estos procesos, coinciden en que un ajuste en la tasa de cambio de la magnitud del realizado en Cuba, en las condiciones en que se ha hecho —bloqueo, oferta insuficiente, cero financiamiento internacional, crisis de balanza de pago, etc.—, no podría tener efectos muy diferentes si en realidad se desea ajustar la economía a las condiciones reales.

El ocio de la tierra

Es cierto, como afirmara el general de Ejercito Raúl Castro en su Informe al VIII Congreso y después ratificara el presidente de la República y secretario del Partido Comunista de Cuba Miguel Díaz-Canel, que se incurrió en un grupo de errores. Además de la escasa contrapartida ejercida por organizaciones que debieron desempeñar ese rol.

Para el caso de la agricultura, el propio Ministerio con sus delegaciones provinciales  —tan cercanas a los productores— podía haber alertado. O la ANAP, que en todo el proceso apareció muy poco para poner sobre la mesa las preocupaciones de sus afiliados. O el propio sindicato de trabajadores agropecuarios, del cual ni intervenciones o documentos hubo que contrapusieran, a los «argumentos técnicos», otros puntos de vista derivados de la experiencia de sus miembros.

¡Cuánto hubiera ayudado tener posiciones discrepantes bien y profundamente argumentadas! ¡Cuánto se hubiera evitado en tiempo perdido, tierras sin cultivar, cosechas sin obtener! Ese costo de oportunidad sí se puede estimar.

«Transformar radicalmente la agricultura» es algo que rebasa a la «Tarea Ordenamiento». Sus problemas son múltiples, van desde asuntos conceptuales: ¿qué agricultura necesitamos? ¿cuál podemos hacer? ¿a quiénes apoyar decididamente dentro del sector?; hasta aquellos otros más tocables: calidad y cumplimiento de contratos, política fiscal y tributaria, comercio, precios y mercados; débil, muy débil competencia; mayor agilidad y flexibilidad en los temas asociados a proyectos de la cooperación internacional, fomento de la inversión privada nacional, tratamiento especial para la inversión extranjera directa en la agricultura, acabar de crear el Banco de Fomento Agrícola, no como un apéndice de otra institución bancaria, cualquiera sea esta, sino con personalidad propia y suficiente autonomía.

Otro proceso transformador y revolucionario —un sistema de gobierno basado en la ciencia y en la innovación— puede conducir esa transformación. Un elemento crucial del mismo radica en reconocer y otorgarle un papel decisivo a los municipios.

Acopio: comunismo de guerra a lo cubano

El rol de estos últimos en la transformación del sector agropecuario cubano es, a mi juicio, decisivo en el renovado empeño «de virar nuestra tierra de una vez». Es probable que ello permita romper la lógica sectorial y verticalista que está en la raíz de los males que han afectado históricamente a la agricultura insular —cierto que no solo a ella. «Las delegaciones miran hacia arriba y hacia abajo, los municipios miran hacia los lados», dice un colega.

También hay decisiones que deben tomarse para dinamizar el sector agropecuario, entre ellas, la asignación prioritaria de recursos al mismo, en vez de a otros sectores cuyas inversiones, hoy y en el futuro, son de dudosa recuperación. ¿Cuántos equipos agropecuarios, no solo tractores, tan necesarios para nuestros campesinos pudieran adquirirse si se reorientaran recursos que actualmente se invierten en aquellos?

Financiamiento central del Estado, crédito bancario, fondos para el desarrollo territorial, fondos de la cooperación internacional, inversión privada nacional, inversión extranjera directa; vaya si hay fuentes. Aquí también se requiere otra mirada más encauzada hacia lo estratégico, que no siempre parece que es lo que el enfoque ministerial decide.

Será muy difícil sentirnos prósperos si no se logra que el sector agropecuario nacional se transforme radicalmente y produzca una parte decisiva del alimento que nuestro pueblo necesita.

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