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Las selectividades nos definen como una nación enferma

No conozco aún a Luis Manuel Otero Alcántara. Nos separan muchas formas de entender la vida y la política. Distancias que, estoy seguro, se desvanecerán el día que conversemos. Porque hay algo que nos acerca. El sentimiento de libertad.

Luis Manuel, la actitud que ha mantenido Luis Manuel, me incomoda tremendamente, y en muchas ocasiones. Me incomoda porque me recuerda y me demuestra cuán esclavo, cauto y triste he sido.

Los guiones de Humberto López, por otro lado, son la plataforma desde la cual se articula y comunica lo que piensa el Gobierno cubano. La transmisión del 29 de abril de 2021 contó con uno de los guiones mejores estructurados que le he visto en mucho tiempo. Allí se envió un mensaje claro: Luis Manuel podía morir —mientras aun se encontraba como él afirmara en inanición voluntaria— como mismo sucedió con Orlando Zapata —a quien no se atrevió a nombrar— el 23 de febrero de 2010. Insistió Humberto en la idea de la falta de independencia y el carácter poco genuino de Luis Manuel y del Movimiento San Isidro (MSI). Con tristeza he de decir que tengo referencias sobre muchas personas a las cuales esa idea les convenció. Preponderó la falta de credibilidad que pesa sobre Luis Manuel gracias a lo que dice y muestra Humberto, quien olvida reparar, a conveniencia, en la represión que sufre y ha sufrido el líder del MSI.

Luis Manuel Otero me ha demostrado a través de los senderos por los que conduce su vida —y no a través de lo que piensa o con quiénes se relaciona— algo muy diferente a lo que cuenta Humberto López. Luis Manuel es el sujeto más libre que he conocido. Y eso me interpela y me permite admitir cuán privado de libertad he estado durante toda mi vida.

La cuestión principal no puede orbitar alrededor de evaluar a Luis Manuel como un político. Él no es siquiera candidato a delegado de la circunscripción. Luis Manuel no se propone como el Mesías de Cuba y mucho menos como el presidente de la transición. Luis Manuel es un negro libre, activista, artista, y ha cometido errores, como cualquiera de nosotros. Pero sucede que en los regímenes autoritarios —como lo es el cubano— todo activismo es político. Lo terrible está en que ese monopolio antillano de lo político convirtiera a muchos en seres incapaces de deslindar entre lo humano, lo político y lo ideológico.

Hemos dejado morir a decenas de personas, ni siquiera nos hemos enterado de quiénes han sido todos esos muertos. Pido disculpas, públicamente, por mi cuota de responsabilidad al haber dejado morir a todas esas personas, al haber dejado de mirar a otras. No puedo justificar esa ausencia de mirada por mi juventud o por mi ignorancia, porque ni mi juventud ni mi ignorancia les valen a los familiares o amigos que acompañaron a estas víctimas durante los calvarios que sufrieron.

Los destinos de los pueblos los definen los pueblos por sí mismos. La muestra más clara es que Luis Manuel decidiera morir inmolado, en dos ocasiones, mientras algunos se cuestionan su credibilidad y otros —actitud más infame aún— se mofan de su posible muerte y de la muerte de otros cuyos nombres no son capaces de reproducir en Televisión Nacional.

La evaluación política de Luis Manuel Otero debería ser intrascendente en este momento. El foco de atención debería dirigirse no a su credibilidad política —que no es menor a la de cualquier servidor público del Partido Comunista de Cuba—, sino a si es posible catalogarlo como una víctima de la represión del Estado cubano. Represión que es injustificada, impune y descarnada.

Debemos colocar el foco en San Isidro, humanamente hablando. Ello obligaría a muchos cubanos, al menos, a cuestionarnos sobre el balance en este proceso, sobre la desproporcionalidad entre un poder que agobia y entre un Luis Manuel que busca ayuda allí donde la puede encontrar —sobre todo porque ese poder no se las facilita—. El financiamiento es también cuestionable, pero tampoco creo que sea esta la ocasión para hacerlo. Y no lo es porque Luis Manuel ha sido y es víctima de una represión inhumana. Todos deberíamos evitar creer la historia del Estado —represor equipado, artillado y pagado con dinero público— que se presenta como víctima y, a la vez, monta todo un aparato de propaganda para vender a la víctima real como la fuerza agresora y que transgrede sus límites de tolerancia.

Eso no es cierto. A quienes lo duden los invito a que al terminar de ver a Humberto López reproduzcan en el mismo televisor el video de la turba compuesta por oficiales de la Seguridad del Estado que entraban a casa de Luis Manuel al ritmo de un cancionero revolucionario. A quienes duden que le pregunten a Carolina Barrero a quien, a pesar de su dulzura, han detenido y violentado en varias ocasiones porque les pesa más su entereza.

Lo que sufren Luis Manuel Otero Alcántara y Carolina Barrero y el resto de los activistas cubanos es violencia. Hay que evitar deslegitimarla o minimizarla. Por respeto a esas víctimas, basta de afirmar que las desapariciones forzadas son las de Argentina y que la violencia solo habrá sucedido cuando la sangre chorree por la cabeza. Lo que viven muchos en Cuba es violencia; violencia —que es legal, por encima de todo— que ninguno de quienes la justifica querría vivir. Toda violencia tiene gradaciones. Las gradaciones dependerán de la percepción de riesgo del agredido. Y en el archipiélago, el agredido, el perceptor, en todos los casos, es siempre el Gobierno cubano.

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Recordemos que en agosto de 1994 hubo un contingente Blas Roca haciéndole frente al «maleconazo» antes de que llegara Fidel Castro a recoger su cuota de piedras. Un contingente que agredió de manera violenta a los participantes; y a principios de este siglo hubo una Primavera Negra. No hemos visto todavía el punto de violencia al que está dispuesto a llegar el Gobierno cubano, porque aún no hemos visto a un pueblo plantándole cara de forma masiva.

Podemos tener muchas dudas sobre las personas que disienten hoy en Cuba, pero esas dudas deberían sucumbir ante las incontables certezas de que el Estado reprime y que lo hace de manera violenta. La represión en Cuba no solo la ha vivido Luis Manuel, la hemos vivido todos y cada uno de los cubanos de una manera u otra —incluso esos que dicen identificarse con el sistema—.

Hoy muchos obvian u olvidan la represión estatal, la justifican con las relaciones o subordinaciones a capitales foráneos que poseen algunos de los que disienten. Sería bueno recordar que durante décadas los dirigentes históricos de la Revolución —esos que no han fallado, no han retrocedido y tampoco han avanzado, pero que sostienen su poder bajo la idea de que su legado es el único garante de la independencia y la soberanía cubanas— fueron peones en el juego de una política determinada por otro actor extranjero: la Unión Soviética. Sin embargo, a diferencia de Luis Manuel Otero Alcántara, a esos dirigentes que vendieron cuotas de soberanía cubana nunca los reprimieron, todo lo contrario: los aplaudieron. Esa cuota de poder y de soberanía que cedieron costó sangre de jóvenes cubanos a quienes obligaron a participar en conflictos armados, al enviarlos a lugares que no podían ubicar en un mapa.

Desconocer y no implicarse en el drama que vive Luis Manuel y que vivimos muchos, al justificarse, para ello, en el hecho de que no comulgamos con él, que no le creemos, nos arroja encima de la trampa que han construido los que dirigen a Humberto López. Esa trampa es un redil que nos induce a no identificarnos con las causas humanas, sino con las causas políticas e ideológicas que, en definitiva, son inexistentes en Cuba. En Cuba solo existe una política: la del Partido Comunista. En Cuba solo es tolerada una ideología: la de la clase que gobierna y que controla a su antojo los destinos del país.

El 30 de abril de 2021 fue detenido con violencia Leonardo Romero, un joven estudiante universitario que pedía socialismo y a la vez el cese de la represión. Es inconcebible para muchos que exista socialismo sin democracia, que exista socialismo mientras se reprima al que disiente. Pero esas personas también sufren la represión y la sufren porque en Cuba no existe un sistema socialista. En Cuba hay un régimen que tiene como base el odio y la exclusión; y esa es su única ideología. ¿De qué nos sirven vacunas que nos liberen de una pandemia si las usan como monedas de cambio para condenarnos a sufrir otra, la del ostracismo y la obediencia ciega?

Además de ese joven socialista, el 30 de abril fueron detenidos varios cubanos que se manifestaban de manera pacífica en la calle Obispo, en La Habana. Fueron detenidos con violencia. Hay mucha violencia, mucho odio contenido en quienes reprimieron lo sucedido en Obispo. Me llamó la atención los ojos de los agentes más activos. La actitud de cazadores acechantes que esperaban el momento preciso para atacar y aislar a sus víctimas por la espalda y luego empujarlos hacia las patrullas. De los once detenidos ese día, cinco continúan privados de libertad. Personas que probablemente enfrenten un destino similar al de Luis Robles.

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He rezado mucho en medio de esta situación. Lo he hecho también porque unos hermanos católicos llevaban días bregando, por humanidad y no por política, en contra de la represión en La Habana. Hermanos que acudieron a las estaciones de policías, que rompieron cercos policiales para llegar a ver a las personas que fueron confinadas dentro de sus casas. Hermanos como Joeluis Cerutti sufrieron la represión en carne propia. Recé porque liberaran a ese chico estudiante de Física —quien pedía socialismo sí, represión no—, alumno de Joeluis, quien a su vez fue detenido por intervenir por él.

Ahora continúo rezando para que Cuba sane. Pero rezo, sobre todo, para que las personas entiendan que no deberían hincar rodilla en tierra y prometer la quema del bosque solo por aquellos a quienes consideren correctos. Las selectividades nos definen como una nación enferma. No se debería exigir —como muchos hicieron ayer— la liberación de Leonardo Romero porque crean que es socialista o porque lo crean independiente o porque encaja dentro de sus estándares, y al mismo tiempo olvidar que la maquinaria que lo reprimió a él —y que muy probablemente apenas empieza a ensañarse y a monitorearlo; debemos aguardar los pronunciamientos de la Universidad de La Habana, lugar donde solo tienen cabida los revolucionarios obedientes— fue la que barrió, en el mismo lugar, con personas que no creen en el socialismo. Esas personas de La Cola de la Libertad, por ejemplo, ¿acaso merecen ser reprimidos? ¿Acaso la represión contra ellos es diferente a la que sufrió Romero?

No creo que sea saludable que los cubanos continuemos hablando desde nuestros intereses. Hoy no hay forma de defender intereses partidarios en Cuba. Un solo interés prevalece y es el de un Gobierno por mantener a la nación sumida en la obediencia absoluta. Es a ese interés al que todos deberíamos pensar cómo adversar.

Cuando somos selectivos nos apartamos de lo importante, nos apartamos de la persona, de lo humano, y le damos oxígeno a un animal que no cree en distinciones. Esta lógica de la selectividad aplica, además, para quienes creen que a los socialistas no hay que escucharlos y que hay que desterrarlos del futuro de Cuba.

La única lógica discriminatoria que concibo para el futuro del país es la que se base en la falta de humanidad. La lógica de discriminar a quien sea incapaz de jugar bajo las reglas de los derechos humanos —que son universales, indivisibles e irrenunciables—. No hay otra lógica. No más discriminación para el futuro cubano.

 

***El texto es una adaptación de una transmisión en vivo realizada por el autor en su perfil personal de Facebook.

 

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